Si dijera que todo empezó a mis 4 años de edad en el primer
momento que logré pararme sobre una tabla de surf estaría mintiéndoles. En
realidad, todo empezó mucho mucho antes.
A la derecha se encuentra mi hermana y a la izquierda estoy yo.
4 años, 2001.
Playa Los Ingleses, Brasil.
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La conexión
con el mar está en mi sangre, desde la panza de mi joven madre que fielmente
acompañaba al loco de mi padre a cada lugar que iban en busca de olas. Fines de
semana, feriados, invierno, verano, turismo, ‘’sanguchito’’; cada día que era
posible y las condiciones se prestaban, ellos estaban ahí.
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Revista uruguaya Mareas. |
En la foto de la izquierda me encuentro yo, a la derecha Nicolas Malet y debajo Bachi Brum. |
Mi padre se
introdujo en el tema desde muy chico, aproximadamente a los 14 años. Por un lado motivado por la música de su
época, los 80, donde los Beach Boys sonaban
entre los jóvenes. Y por otro lado tuvo un primer encuentro con el surf en un
viaje con su familia a otro país que le cambió la vida por completo.
En ese
entonces el surfing en Uruguay no era un deporte practicado por muchos como lo
es hoy en día. Peso a peso, con el gran sacrificio que le llevó, compró su
primer tabla. Una Energy roja con un
rayo de diseño. Desde ese entonces hasta el día de hoy la locura y amor por
este deporte trascendieron a un nivel inimaginable. Se reflejó en todos los
ámbitos de su vida; sus gustos musicales, sus estilos, sus amistades, sus
motivaciones, ambiciones y metas.
Papá en 1996, 24 años, Punta del Diablo. |
Y acá estoy
yo, hijo de estos locos apasionados. Imposible no ser un pez de mar viniendo de
esta camada. Mis primeros pasos los di en la arena, frente al mar, con el sol y
la luna de testigos.
Antes de
estar listo para lanzarme al mar, el viejo siempre se preocupó por enseñarme a
surfar el mar desde la tierra. Con esto me refiero a observar el mar con
paciencia, respetarlo, prestar atención y ser cuidadoso. Observar los canales
de agua entrantes y salientes, el viento, la rompiente, dirección del mar; un
montón de cosas que con los años fui comprendiendo con mayor claridad e
incorporando a mi experiencia de manera natural.
Desde siempre él estuvo ahí. Acompañándome en cada brazada que daba, motivándome a seguir adelante, brindándome confianza y seguridad en cada mar y ola que nos enfrentábamos; enseñándome lecciones que nadie mejor que él podía darme.
Recuerdo de un día emocionante e inolvidable de Papá y yo en Chicama, Perú, ''la ola izquierda más larga del mundo''.
2012.
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Mi primer
salto sobre una tabla no fue en el mar sino que en una tabla dibujada en la arena.
Un protocolo que me sirvió de importante base para luego enfrentarme con
seguridad a una tabla en el mar. Y así fue como todo arrancó.
Miles de
olas, caídas, sustos, risas y emociones que el surf me dio fueron formando poco
a poco lo que hoy soy dentro y fuera del agua.
Honestamente
el surfing representa en mí algo mucho más fuerte que un deporte. Representa mi
vida, mi manera de ser, de actuar, de ver el mundo y apreciarlo todo.
No existe
nada que iguale la sensación de estar sentado en el mar, flotando, mirando al
horizonte en una tranquilidad que te abraza amigablemente y te hace sentir más
libre que nunca. Vivo.
El cuerpo se relaja completamente y
libera sustancias en la sangre que te hacen sentir feliz, desestresado, en
calma, en conexión con el mar.
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Foto por Matías Bernadá, La Paloma 2016.
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Para quienes nunca lo vivieron les
digo que están a tiempo. Siempre van a estarlo, porque no existe edad o límite
que impida colorear tu vida con uno de los mejores regalos que la vida nos ofrece. Sólo hay que ser paciente, persistente, dedicado, observador y respetuoso, lo
demás viene sólo.
No tengas miedo, si respetas al mar, él te
respetará también. Y te regalará experiencias y sensaciones que nada ni nadie
te darán jamás de la misma manera.
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